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7 minutos de lecturaHabía una vez un listo…

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Os traemos una divertida anécdota ocurrida durante la realización de una actividad de aventura que nos ha hecho llegar Chus, gerente de la empresa de turismo activo: Locura de Vida. No todos los clientes son maravillosos y como prueba, esta carta:

“Había una vez un listo”, podría ser el título de una buena novela cómica, pero no lo es, es algo que nos ha pasado o nos puede pasar a todos alguna vez. Te voy a contar lo que nos pasó hace unos años con un listo (o eso se creía él).

Nos dedicamos al turismo activo, una actividad divertida en la que la gente que recibimos viene preparada para disfrutar, para divertirse y sentirse bien. Por ello tenemos la suerte de que, en el 99% de los casos, nuestros clientes son estupendos.

Además, contamos con un elenco de profesionales como “la copa de un pino”, que saben hacer muy bien su trabajo, en especial en todo lo relativos a la seguridad, incluido el briefing que realizamos antes de iniciar la actividad para que cada cliente sepa lo que puede y no puede hacer.

Hasta aquí todo correcto, divertido y molón, verdad??? Pero… espera, qué pasa con ese 1%???

Bueno… ese 1% es de quien os vamos a hablar. A ese 1% le vamos a poner un nombre aleatorio por eso de proteger su identidad, por ejemplo, le llamaremos Anacleto.

Inicio de la actividad- La Historia de Anacleto

Hace unos años, Anacleto y su hija vinieron a través de una agencia de viajes a realizar la actividad de “vía ferrata” con nosotros. Una vez aquí, el grupo se componía de otro padre e hija de edad similar a la de Anacleto.

La actividad se desarrolló con toda la tranquilidad del mundo, divirtiéndose y disfrutando; sin ningún percance. Estuvieron subiendo por las clavijas, cruzando los puentes tibetanos… vamos, lo típico de una “vía ferrata”. En todo momento primó la seguridad y, además, ambos padres fueron conscientes de ello felicitando al guía por su trabajo con las menores.

Al terminar la actividad (insisto en que la actividad ya estaba terminada), Anacleto pidió que se le hiciera una foto. El lugar que había elegido era un poco comprometido. Nuestro guía así se lo indicó, pero él erre que erre, se colocó en ese sitio y dio un pequeño saltito para la foto.

Al minuto de esa foto, Anacleto dijo que le dolía la rodilla, que se había hecho daño. Nuestro guía, a pesar de haber terminado la actividad, se ofreció a llevarlo hasta el hospital para que no tuviese que conducir. Anacleto indicó que no era necesario, de hecho, tenía una lesión antigua de cuando jugaba al baloncesto.

Mucho después de la actividad…Anacleto vuelve con fuerza

Así se quedó la cosa, como un incidente tonto. Pero a los 15 días… el teléfono sonó y era Anacleto “El listo”. Le atendí yo personalmente y me contó una historia de lo más marciana. Resulta que Anacleto me dijo que se había roto un ligamento de la rodilla en ese salto que le había obligado a dar el guía y claro, las cosas no se podían quedar así.

Mi sorpresa fue mayúscula ya que el guía (que además es mi marido) no me había indicado nada de aquel incidente más allá de una mera anécdota. Mi primera reacción, al escuchar todo esto, fue tomar nota de todo lo que me decía y ponerme a investigar un poco sobre lo que había pasado. Hablé con el guía/marido y también con los otros clientes (habían venido varias veces y ya había confianza como para preguntar). Lo que me contaron ellos y lo que me decía Anacleto era totalmente opuesto. El único parecido era que había un salto para una foto, pero nada más.

Llamé a Urquia & Bas, mi Correduría de Seguros, para corroborar los pasos a seguir y confirmar que no teníamos responsabilidad ninguna. En nuestro caso, como la empresa está en Aragón, tenemos obligatoriamente un seguro de responsabilidad civil y otro de accidentes. Y aunque en tu comunidad autónoma no sea obligatorio te recomiendo que los tengas.

Al día siguiente llamé a Anacleto y le comenté que, sintiéndolo mucho, ni nuestro seguro, ni mucho menos nosotros, íbamos a hacernos cargo de indemnizarle por una lesión que había indicado que era anterior, en un salto que hizo por su cuenta y riesgo, en una actividad ya finalizada.

Anacleto desató su furia

Ay, Dios… dentro de Anacleto despertó una bestia hasta entonces dormida. Empezó a gritarme y se puso como un energúmeno. Lo primero que me dijo es que “claro, si no tenía confianza con mis guías…”. Aquello me provocó un ataque de risa y le expliqué el grado de confianza que tenía con ese guía en concreto, tanto era así que me había casado con él. Madre mía lo que le dije… se puso colérico.

A partir de ahí es mejor que no transcriba las burradas que me dijo ya que no son aptas para horario infantil, pero por daros alguna pincelada me dijo que su cuñado trabajaba en el juzgado y que le había indicado los pasos a seguir para cerrarnos la empresa si no le indemnizábamos.

Anacleto colgó el teléfono de muy malas formas, pero yo pensé que nos dejaría en paz. Error por mi parte pensar que la gente tiene cosas que hacer, hay gente a la que le sobra el tiempo para amargar, o intentar amargar, a los demás.

A los dos días, Anacleto volvió a llamar. Me dijo que iba a llamar a la agencia con la que había contratado la actividad para que le indemnizasen ellos. Le indiqué que podía intentarlo, pero que tanto la agencia como la aseguradora de la misma (casualmente estaban asegurados en la misma compañía que nosotros) estaban al corriente de lo ocurrido y que dudaba mucho que pudiera hacer algo, pero que la libertad de intentarlo… ahí estaba. Llamó a la agencia de viajes y allí le dijeron lo mismo que nosotros, que no tenía derecho a nada.

Pero Anacleto no es de los que se da por vencido. Lo intentó todo, ponernos en contra a la agencia, llamar a horas intempestivas para molestar… hasta que al final me dijo una frase que se me quedó grabada, “Soy de Madrid y algo tengo que sacar”. Ahí me dejó descolocada, no sabía que ser de Madrid, o de la Conchinchina, te diese derecho a estafar (sí, es un intento de estafa al seguro) a nada ni a nadie. Esta frase dio pie a esta respuesta “Yo soy aragonesa y tengo la cabeza como el cartón-piedra, te he dicho que no y de ahí no me moverás, porque tengo razón” (la fama de cabezones que tenemos los aragoneses es real, hay que asumirlo).

¿Cómo acaba la historia de Anacleto?

Pasaron los días y Anacleto no volvió a llamar, desconocemos si se dio por vencido, lo entendió o su cuñado, el del juzgado, le dijo lo que le iba a costar denunciarnos y las pocas posibilidades que tenía de ganarnos. Lo que sí nos queda es una historia con la que ahora nos echamos unas risas y una moraleja (o dos, o tres).

Primera moraleja: Por muy bonita que sea la cesta de manzanas, siempre puede haber una podrida y llamarse Anacleto.

Segunda moraleja: Ni las empresas de Turismo Activo ni las aseguradoras somos tan inocentes que se les pueda engañar fácilmente.

Tercera moraleja: Hacer bien las cosas (de acuerdo con el decreto de tu comunidad autónoma) y tener un buen seguro te da una tranquilidad enorme.

Chus (Locura de Vida)